jueves, 7 de octubre de 2010

Terror en el Pacífico



Una de las escenas más memorables y siniestras de la película Tiburón ocurre en el interior del pequeño barco de pesca del capitán Quint (Robert Shaw), mientras persiguen a un enorme tiburón blanco. Durante esa noche, los tres protagonistas (Roy Scheinder, Richard Dreyfuss y Robert Shaw) comparten historias personales sobre las marcas y cicatrices de sus cuerpos.

En lo que estaba siendo un ambiente distendido, el capitán Quint comienza entonces a contar una historia escalofriante que crea una de las atmósferas más angustiosas del cine, digna de un buen relato de terror. Lo sorprendente es que el terrible periplo que cuenta a bordo del USS Indianápolis
es una historia real. Ocurrió en julio de 1945, y es para poner los pelos de punta.

A continuación transcribo literalmente lo que cuenta Quint. Pero hay que ver y oír esa escena de la película en la que el desaparecido Robert Shaw hace una magistral interpretación, junto con el inmejorable doblaje en castellano de Arsenio Corsellas (no la versión nueva del año 2003) . Solo así uno llega a capturar y sentir todo el horror de la historia.

es una historia real. Ocurrió en julio de 1945, y es para poner los pelos de punta.
"Un submarino japonés le disparó dos torpedos al costado del barco.

Yo había vuelto de la isla de Tinián, de Leite, donde habíamos entregado la bomba, la que había de ser para Hiroshima. Mil cien hombres fueron a parar al agua. El barco se hundió en doce minutos. No vi el primer tiburón hasta media hora después; un tigre, de cuatro metros. ¿Usted sabe cómo se calcula esto estando en el agua? Usted dirá que mirando desde la dorsal hasta la cola. Nosotros no sabíamos nada. Nuestra misión de la bomba se hizo tan en secreto que ni siquiera se radió una señal de naufragio. No se nos echó de menos hasta una semana después.

Con las primeras luces del día llegaron muchos tiburones, y nosotros fuimos formando grupos cerrados. Algo así como aquellos antiguos cuadros de batalla, igual que el que había visto en una estampa de la de Waterloo. La idea era que cuando el tiburón se acercara a uno de nosotros éste empezara a gritar y a chapotear, y a veces el tiburón se iba. Pero otras veces permanecía allí. Y otras se quedaba mirándole a uno fijamente a los ojos. Una de sus características es sus ojos sin vida, de muñeca, ojos negros y quietos. Cuando se acerca a uno se diría que no tiene vida; hasta que le muerde. Esos pequeños ojos negros se vuelven blancos y entonces... ah, entonces se oye un grito tremendo y espantoso. El agua se vuelve de color rojo, y a pesar del chapoteo y del griterío ves como esas fieras se acercan y te van despedazando.

Supe luego que aquel primer amanecer perdimos cien hombres. Creo que los tiburones serían un millar, que devoraban hombres a un promedio de seis por hora.

El jueves por la mañana me tropecé con un amigo mío, un tal Robinson, de Cliveland, jugador de béisbol, bastante bueno. Creí que estaba dormido. Me acerqué para despertarlo. Se balanceaba de un lado a otro igual que si fuera un tentetieso. De pronto volcó, y vi que había sido devorado de cintura para abajo.

A mediodía del quinto día apareció un avión de reconocimiento. Nos vio y empezó a volar bajo para identificarnos. Era un piloto joven, quizá más joven que el señor Hooper, que como digo nos vio. Y tres horas más tarde llegó un hidro de la armada que empezó a recogernos. ¿Y saben una cosa? Fueron los momentos en que pasé más miedo, esperando que me llegar el turno. Nunca más me pondré el chaleco salvavidas.

De aquellos mil cien hombres que cayeron al agua, sólo quedamos trescientos dieciséis. Al resto los devoraron los tiburones el veintinueve de julio de mil novecientos cuarenta y cinco. No obstante, entregamos la bomba."

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