martes, 31 de mayo de 2011

El hiperrealismo de Rob Hefferan

Adjunto algunas pinturas de Rob Hefferan, pintor hiperrealista inglés nacido en 1968, en Cheshire. Pinturas que parecen fotografías, de una elegancia y sensualidad sublimes, como se puede apreciar en las siguientes imágenes.

Fuente: http://www.robhefferan.net/


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martes, 19 de abril de 2011

Richard Cory

Hacía tiempo que no escuchaba el disco Wings Over America, del grupo musical Wings, el único album en directo de la banda que Paul McCartney formó tras la disolución de The Beatles.

Una de las canciones que aparece en ese triple album de vinilo tiene el mismo nombre que da el título a esta entrada. Es una canción que transmite sentimiento. Originalmente compuesta por Paul Simon en 1965, prefiero la versión más moderna. ¿Quién era ese tal Richard Cory?

Buscando un poco por la red descubrí que proviene de un poema corto, y poco conocido, de Edwing Arlington Robinson. De hecho, la letra de la canción que nos ocupa es una ampliación libre de dicho poema.

Los pocos versos que contiene nos vienen a hablar de la futilidad de la existencia humana, de la vanidad del dinero y del escaso poder de las riquezas para dar felicidad. Me he permitido la licencia de traducir el poema, puesto que no hay muchas traducciones a nuestra lengua.

"Cada vez que Richard Cory bajaba a la ciudad,
Nosotros, la gente de a pie, nos quedábamos mirándole:
Era todo un caballero desde los pies a la cabeza.
Pulcro y favorecido, regiamente esbelto.

Siempre era presentado en silencio
Y siempre mostraba su humanidad cada vez que hablaba.
Aun así se agitaban los pulsos cuando decía:
“Buenos días”, mientras él relucía al caminar.

Y era rico –sí, más rico que un rey-
Admirablemente instruido en cada cortesía.
En fin, pensábamos que era todo
Para hacernos soñar que estábamos viviendo en su lugar.

Continuamos trabajando, esperando la luz,
Sobrevivíamos sin comer carne, y maldecíamos el pan,
Pero Richard Cory, una apacible noche de verano,
fue a casa y se metió una bala en la cabeza."

jueves, 20 de enero de 2011

Sueños

Aconsejado por varias personas que la habían visto y a las que le había gustado, esta semana me decidí a ver la película “Origen”, del director Christopher Nolan.

No voy a hacer una crítica del largometraje, aunque sólo apuntaré que me decepcionó. Pero no es eso. El motivo por el que escribo esta entrada es porque me recordó una etapa de mi vida, ya durante la adolescencia, en la que se despertó en mí un fuerte interés por los estados alterados de conciencia. Uno de estos estados con los que experimenté fue el sueño lúcido.

En la película se dicen muchas tonterías, aunque también algunas verdades. Un ejemplo de esto último es que nuestro subconsciente actúa a modo de un arquitecto en el mundo onírico, como una especie de “otro yo”, ajeno a nuestro yo consciente del día a día con el que apenas tenemos contacto.

Las vivencias durante un sueño nos parecen tan reales como la vida misma. En la mayoría de las ocasiones nos sorprendemos con lo que ocurre dentro de ese mundo, hasta nos asustamos con ciertos personajes o monstruos que nos persiguen. Todo lo que acontece y aparece en el sueño, desde la distribución de los objetos hasta el tacto de lo que tocamos, es creado por nuestra mente. Uno si siquiera se da cuenta de ello, pero cuando uno conoce este hecho se da cuenta de que el subconsciente es algo que no nos es familiar, “alguien” desconocido del que uno no se puede fiar demasiado. Porque ese alguien que convive dentro de nosotros sabe tanto o más que nosotros mismos, y hasta puede hacernos daño. Sobre esto último hay casos realmente asombrosos que quizá cuente en otra ocasión.

Existe una censura natural que impide la comunicación directa entre la parte consciente y la parte subconsciente. Pero existe una forma, también natural, de sortear este obstáculo y hacer que la parte oculta pueda establecer contacto con nuestra parte consciente y atravesar así el velo de la censura: mediante los símbolos que proceden del subconsciente, que se traducen a su vez en imágenes y sentimientos, que finalmente son proyectados en nuestros sueños en forma de alucinaciones.

El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung dijo que nuestro subconsciente no duerme nunca, que siempre está alerta, vigilándonos, aconsejándonos o censurándonos. Es por ello por lo que el ser humano siempre está soñando. Lo que ocurre es que las distracciones del día a día, la luz, los sonidos, y la alerta que supone la activación de los cinco sentidos, provoca que nuestro eterno sueño quede velado por la experiencias cotidianas de la vigilia. Eso demostraría porqué en aislamiento sensorial total uno comienza a tener sueños y alucinaciones casi de inmediato. Me pregunto qué sentirán y en qué pensarán los fetos humanos ya maduros en el interior de la madre. ¿Percibirán el tiempo de distinta forma a como lo hacemos nosotros? ¿Vivirán toda una vida de felicidad infinita? Intuyo que la respuesta a las dos preguntas es afirmativa. Desde luego, el tema es demasiado interesante y complejo como para tratarlo de una manera tan frívola y simple en la película en cuestión. Tampoco quiero extenderme demasiado sobre esto.

Allá por aquellos años de juventud me compré un libro titulado “Sueños lúcidos en 30 días”, en los que daban una serie de reglas a seguir para conseguir ser consciente dentro de un sueño. Si bien es cierto que la mayoría de la gente ha tenido alguna vez uno de estos sueños, el libro me impactó porque con su lectura y la práctica del ritual prometía asegurar ser el dueño del mundo, tu mundo interior, ¡todas las noches!. Demasiado bonito para ser cierto, ¿no?

El caso es que durante dos semanas me apliqué a fondo y con especial interés en lo que se decía allí: anotación diaria de todos los detalles de cada sueño, comprobaciones periódicas de la realidad, etc., sin éxito alguno. Hay que reconocer que es algo que cansa, porque uno debe tener una especial concentración durante todos los días que dura el ejercicio. Cada cierto tiempo el practicante tiene que interrumpir lo que estuviera haciendo en ese momento, detenerse un momento para mirarse dentro de sí mismo, y preguntarse algo parecido a esto:

-En este preciso momento en que estoy aquí, ¿estoy soñando? ¿Hay algo extraño que viole las leyes de la naturaleza? ¿Me quedaré flotando si ahora mismo doy un pequeño salto? Si la respuesta a alguna de estas preguntas es afirmativa es muy probable que esté dentro de un sueño.

En todas las ocasiones en las que hice esta comprobación de la realidad durante las primeras dos semanas de práctica, la respuesta a las preguntas anteriores fue negativa. No voy a negar que esto supuso una pequeña decepción cuando, según el libro, ya debería haber tenido mi primer sueño lúcido.

Ocurrió en la tercera semana de práctica: soñaba que iba caminando por una calle cercana a mi casa cuando recordé que tenía que hacer otra vez una comprobación de la realidad. Me detuve en seco y, de nuevo, me hice las preguntas rutinarias del ejercicio. Cuál no sería mi sorpresa cuando en el preciso instante en que pensé las preguntas un escalofrío recorrió mi espalda al reconocer que estaba ¡dentro un sueño! Por fin mi primer sueño lúcido.

Es algo auténtico que uno no olvida jamás; sobre todo después de tanto esfuerzo, donde la recompensa parece mayor. Es una experiencia muy placentera, porque todo lo que uno percibe es aún más real que la propia realidad. Uno percibe los colores vibrantes, más brillantes, algo que no ocurre en la realidad. Puedes coger un jarrón en tus manos y sentir la textura de la porcelana, la frialdad del acero, el calor del Sol, la brisa acariciando tu cara.

Entonces di un salto y levité. Volar libre, como un pájaro, sin la ayuda de ningún artefacto, es una de las experiencias más deliciosas que uno puede experimentar en la vida. Hice algunas otras cosas, pero pocas. El sueño se desvanece con la rapidez con la que lo hace un castillo de arena al azote de las olas del mar. Uno entonces tiene que mirarse las palmas de las manos, para intentar así retener el sueño lúcido a toda costa. A veces uno se despierta, otras veces entra en un sueño normal.

Las experiencias intensas y placenteras duran poco, como todo lo bueno.